El ritmo de la vida
Andrés García Castiella (Ibiza)
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Andrés.
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Es peligroso cruzar la cremallera de tu tienda de campaña.
Pones tus Panama Jack en el camino y, si no cuidas bien tus pasos,
nunca sabes donde te pueden llevar.
Con esta frase en mi mente, comencé a subir el pico más
alto de la Península Ibérica, un domingo por la tarde.
Paso a paso, piedra tras piedra, unas trescientas personas, cada una
cargada con sus propios problemas de malestar y cansancio, lograban
vencer el sufrimiento y seguir adelante.
Es una gran experiencia el poder participar en una caminata de este
tipo con gente tan diferente como son los componentes de la Ruta Quetzal
BBVA. Cuando el camino empieza a tener pendiente y el agua escasea,
es el momento en que descubres a la gente, a los que se meten en su
mundo y se olvidan de todo, a los que no le ven ningún sentido
al esforzarse por subir un monte, a los que disfrutan relacionando
paisajes y animando a las personas... Todos ellos forman una gran
familia con un mismo objetivo: llegar a la cima, aunque sea gateando.
A lo largo de una subida de este tipo, el estado emocional de una
persona va variando continuamente por hechos que pueden parecer insignificantes.
Mucha veces, cuando tienes un bajón y no ves nada positivo,
un simple abrazo o contemplar un paisaje especial te recarga las fuerzas
y te hace recordar el motivo de tu esfuerzo que, para mí, no
significa llegar al punto más alto, sino compartir los momentos
malos y, cuando llegan los buenos, reírte de los anteriores.
De las horas que tuve para pensar mientras subía el Mulhacén,
saqué una conclusión: en la vida, para llegar a lo más
alto has de conservar un mismo ritmo, sufrir para no perderlo en los
momentos difíciles y no aumentarlo cuando te sobran las fuerzas.
