Crónica temática

Lavadoras "oficiales" de la Ruta Quetzal BBVA
María Arroyo, Toledo
Iria Paisal, Cantabria
Menchu Bautista, Málaga
Lina Paola Pedraza, Colombia
Marta Hernández, Madrid


María, Iria, Menchu, Lina y Marta.

Todo empezó después de la costosa subida del Mulhacén por parte de nuestros compañeros. Al verlos tremendamente cansando, decidimos lavarles la ropa que se habían puesto, de la cual ya ni podíamos recordar el color original.

Nuestros compañeros, agradecidos por la propuesta, nos cedieron parte de su ropa, la cual tendríamos que frotar bastante. Las primeras prendas fueron las mejores porque no nos costó mucho lavarlas; pero, a mitad de lavado, nos cortaron el agua y tuvimos que pedir a Ceci, Maxi, Gonzalo, etc una ayuda: fueron a la fuente a traer el agua en botellas.

Serían las 8:30 de la tarde, cuando nos avisaron de que el agua no llegaría hasta una hora más tarde. Aún nos esperaba un largo rato de lavado rudimentario. Y la mejor compañía que tuvimos fueron las moscas, que se dieron un gran festín con la suciedad incrustada en nuestras piernas.

Poco a poco, iba apareciendo la desesperación, pues la escasez de agua y de jabón hacían mas difícil cumplir nuestra misión. La mugre de las camisetas era inmortal, superior a todo deseo de limpiarlas y dejarlas como nuevas. Cuanto más frotabas, más roña salía, parecía que no se iba acabar nunca. Y, para colmo, las montañas de ropa cada vez eran más grandes.

Ya empezaban a doler las muñecas, cuando Jesús Luna nos anunció que, en menos de media hora, tendríamos que ir a cenar. Rápidamente cogimos las prendas más sucias y comenzamos a lavar con celeridad. Enjabonamos, frotamos, aclaramos, escurrimos, volvimos a frotar, volvimos a escurrir ¡y eso no se acababa nunca! Justo, cinco minutos antes de la cena, nos pusimos a repartir la ropa que anteriormente habíamos dejado medianamente bien.

Cuando volvimos de la cena, la desesperación y el enfado eran muchísimo mayores que antes, ya que los expedicionarios, viendo que lo hacíamos tan bien, trajeron más camisas y la pila de ropa había crecido hasta alcanzar unas dimensiones inmensas. Nos quedaba agua, pero el jabón se había reducido hasta adquirir un tamaño microscópico.

Comenzamos a pedir pastillas de jabón a gritos, aunque fuera del tamaño de una cabeza de alfiler; pero que, por lo menos, enjabonara un manga. El detergente fue llegando poco a poco, al igual que iba desapareciendo, pues el tiempo, la mugre y el cansancio eran nuestros peores enemigos.

El grito de victoria llegó a eso de las once de la once, hora de ir a dormir. Al día siguiente, todas las camisetas fueron entregadas a sus respectivos dueños, obviamente relucientes, y la satisfacción de los ruteros se manifestó en sus sonrisas y abrazos de agradecimiento, ya que no se habían esperado semejante colaboración de los expedicionarios que nos habíamos quedado en el campamento base.

Queremos dar las gracias a los que subieron al Mulhacén, ya que, sin ellos, no hubiéramos podido escribir esta crónica y salir en la foto, ya que el fotógrafo estaba allí y nos dio este título simpático de "lavadoras oficiales" de la Ruta Quetzal BBVA 2003.

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