Crónica del 23 de julio

Llegada a Málaga
Alfonso Rengifo (Madrid)
Beñat Olascoaga (Guipúzcoa)


Alfonso y Beñat.

De Torrox, que ya hablaron en la anterior crónica aprendimos, junto con tres pueblos de la Alpujarra, que los andaluces tienen afición por crear pueblos con empinadas cuestas, o bien haciéndolas en barrancos para que el expedicionario, aparte de bronceado, pueda llevarse como recuerdo de Andalucía una piernas mucho más desarrolladas.

La tarde continúo en Málaga y, tras una corta visita por alguna de sus calles y monumentos. Cabe mencionar la de la Catedral, conocida mundialmente como la manquita por la ausencia de su torre derecha, que algunos atribuyen a la fama de vagos que tenían algunos andaluces. Parece mentira que, sabiendo que la construcción de una catedral sobrevive a una multitud de arquitectos, ninguno de estos haya sido capaz de remediarlo a lo largo de varios siglos.

De nuevo en el puerto, y en el instante de subir al autobús, pudimos observar ante nosotros la figura imponente de un casco de metal que sobresalía sobre todos los demás barcos que se encontraban varados en el muelle. La vespertina luz se reflejaba sobre aquel gigante que silenciosamente cabalgaba sobre la ensenada, lento pero decidido. No sería la última vez que lo veríamos ya que iba a ser nuestro hogar los próximos cinco días.

La recepción organizada, por el Ayuntamiento de Málaga, que nos esperaba en el Castillo de Gibralfaro, sólo puede ser descrita con esas dos palabras de un famoso torero andaluz: "im-presionante". La comida fue buena, abundante y sin moscas y acompañada de melodías flamencas cantadas por una bella malagueña a la que acompañaron algunos de nuestros compañeros ruteras y ruteros. Aunque la mente de todo rutero imaginaba que esta comida era el augurio de cinco días de ayuno.

La vista nocturna de Málaga desde las murallas era impresionante. Sentir Málaga de noche desde aquella altura nos conmovió a todos. Esa era nuestra despedida de Andalucía y el comienzo de una nueva y emocionante etapa de nuestro viaje.

Nos encontramos a pocos metros del Hernán Cortés, el buque anfibio de la Armada Española. Las sombras de los ruteros, que ya ascienden por la pasarela del buque, recorren las primeras placas frías, antes intangibles, del casco que ahora conquistamos.

¡Al abordaje! Sorpresa. Los camarotes no son como los imaginábamos. Tras recorrer medio barco por cubierta, penetramos en las entrañas para descubrir horrorizados la parte oculta del buque. Grandes camarotes poco espaciosos nos hacen sentirnos como abejas en una colmena: hombros estrechos, oprimidos, enlatados entre colchón y colchón. Todavía ensimismados por el encuentro con nuestras nuevas camas, nos mandaron acostarnos. Al hacerlo las camas, llamadas coes, resultaron ser cómodas. Menos mal.

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