Llegada a Málaga
Alfonso Rengifo (Madrid)
Beñat Olascoaga (Guipúzcoa)
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Alfonso y Beñat.
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De Torrox, que ya hablaron en la anterior crónica aprendimos,
junto con tres pueblos de la Alpujarra, que los andaluces tienen afición
por crear pueblos con empinadas cuestas, o bien haciéndolas
en barrancos para que el expedicionario, aparte de bronceado, pueda
llevarse como recuerdo de Andalucía una piernas mucho más
desarrolladas.
La tarde continúo en Málaga y, tras una corta visita
por alguna de sus calles y monumentos. Cabe mencionar la de la Catedral,
conocida mundialmente como la manquita por la ausencia de su torre
derecha, que algunos atribuyen a la fama de vagos que tenían
algunos andaluces. Parece mentira que, sabiendo que la construcción
de una catedral sobrevive a una multitud de arquitectos, ninguno de
estos haya sido capaz de remediarlo a lo largo de varios siglos.
De nuevo en el puerto, y en el instante de subir al autobús,
pudimos observar ante nosotros la figura imponente de un casco de
metal que sobresalía sobre todos los demás barcos que
se encontraban varados en el muelle. La vespertina luz se reflejaba
sobre aquel gigante que silenciosamente cabalgaba sobre la ensenada,
lento pero decidido. No sería la última vez que lo veríamos
ya que iba a ser nuestro hogar los próximos cinco días.
La recepción organizada, por el Ayuntamiento de Málaga,
que nos esperaba en el Castillo de Gibralfaro, sólo puede ser
descrita con esas dos palabras de un famoso torero andaluz: "im-presionante".
La comida fue buena, abundante y sin moscas y acompañada de
melodías flamencas cantadas por una bella malagueña
a la que acompañaron algunos de nuestros compañeros
ruteras y ruteros. Aunque la mente de todo rutero imaginaba que esta
comida era el augurio de cinco días de ayuno.
La vista nocturna de Málaga desde las murallas era impresionante.
Sentir Málaga de noche desde aquella altura nos conmovió
a todos. Esa era nuestra despedida de Andalucía y el comienzo
de una nueva y emocionante etapa de nuestro viaje.
Nos encontramos a pocos metros del Hernán Cortés, el
buque anfibio de la Armada Española. Las sombras de los ruteros,
que ya ascienden por la pasarela del buque, recorren las primeras
placas frías, antes intangibles, del casco que ahora conquistamos.
¡Al abordaje! Sorpresa. Los camarotes no son como los imaginábamos.
Tras recorrer medio barco por cubierta, penetramos en las entrañas
para descubrir horrorizados la parte oculta del buque. Grandes camarotes
poco espaciosos nos hacen sentirnos como abejas en una colmena: hombros
estrechos, oprimidos, enlatados entre colchón y colchón.
Todavía ensimismados por el encuentro con nuestras nuevas camas,
nos mandaron acostarnos. Al hacerlo las camas, llamadas coes, resultaron
ser cómodas. Menos mal.
