¡Prueba superada!
Celia Gómez (Madrid)
Inés Fernández (Zaragoza)
 |

Celia e Inés.
|
Cuando esperábamos para partir apareció la Ministra
de Educación y Cultura, Pilar del Castillo, para realizar el
mismo ascenso que nosotros. Apenas habíamos tenido ocasión
de dormir. Eran las siete de la tarde. Fue un camino estrecho, en
fila de uno. Teníamos suficiente agua, ya que la experiencia
de la subida al Pico Duarte, la montaña más alta del
Caribe, nos enseñó que es uno de los elementos más
importantes a la hora de hacer cualquier actividad física.
A los americanos les sorprendía la sequedad y la falta de
vegetación. De noche dormimos en un descampado, sin tiendas
de campaña, entre cardos que atravesaban la esterilla. A las
6,30, de nuevo en pie, preparados para culminar. El camino, mucho
más inclinado, irregular y rocoso. Dos horas de caminar cuesta
arriba, presenciando cascadas. Disfrutamos del desayuno que nos daría
fuerzas para afrontar esta prueba desde las Siete Lagunas.
Cuando llegaba uno de los tres grupos, el anterior debía salir
para que no se mezclasen. El frío, la altitud y el viento se
hacía cada vez mayor. Aparecen zonas con nieve. ¡Qué
ilusión para los centroamericanos! Las plantas desaparecen
y la nieve y rocas es lo único que nos acompaña, además
del sudor constante y el viento fuerte.
Poco a poco, subiendo siempre por grupos, cada vez con más
ánimos porque ya se veía la cima. En orden, la alcanzamos
y no pudimos reprimir nuestra alegría, abrazando y felicitando
a nuestros compañeros y haciendo un montón de fotos
¡al fin, arriba! Parecía inalcanzable, pero ahí
estábamos, enteros y felices. Cambiamos de ropa y nos abrigamos,
debido al frío.
Poco a poco, pero ya satisfechos con nosotros mismos, empezamos a
descender. El camino era ancho y llano. Nos esperaba una larga caminata.
Unas horas y llegamos al lugar donde íbamos a comer. Allí
nos esperaban con sandías y melones deliciosos y raciones del
ejército. Desconocíamos la distancia que nos quedaba.
Nuestros pies protestaban con las ampollas, pero aguantamos conversando
con nuestros compañeros. Nos dijeron que faltaba media hora,
no nos lo podíamos creer.
Al final, llegamos. Nuestros compañeros que no habían
subido nos recibieron con pancartas, canciones, abrazos y, a los afortunados
nos dieron un masaje. La subida se había terminado y ¡nos
sentíamos como en casa!
Fue una muy buena experiencia que nos sirvió para compartir
y unirnos más a la gente. ¡Prueba superada!
Esta crónica se la queremos dedicar a la familia y amigos
de la Rosa y Pozuelo y de Zaragoza.
