Crónica del 22 de julio

¡Prueba superada!
Celia Gómez (Madrid)
Inés Fernández (Zaragoza)


Celia e Inés.

Cuando esperábamos para partir apareció la Ministra de Educación y Cultura, Pilar del Castillo, para realizar el mismo ascenso que nosotros. Apenas habíamos tenido ocasión de dormir. Eran las siete de la tarde. Fue un camino estrecho, en fila de uno. Teníamos suficiente agua, ya que la experiencia de la subida al Pico Duarte, la montaña más alta del Caribe, nos enseñó que es uno de los elementos más importantes a la hora de hacer cualquier actividad física.

A los americanos les sorprendía la sequedad y la falta de vegetación. De noche dormimos en un descampado, sin tiendas de campaña, entre cardos que atravesaban la esterilla. A las 6,30, de nuevo en pie, preparados para culminar. El camino, mucho más inclinado, irregular y rocoso. Dos horas de caminar cuesta arriba, presenciando cascadas. Disfrutamos del desayuno que nos daría fuerzas para afrontar esta prueba desde las Siete Lagunas.

Cuando llegaba uno de los tres grupos, el anterior debía salir para que no se mezclasen. El frío, la altitud y el viento se hacía cada vez mayor. Aparecen zonas con nieve. ¡Qué ilusión para los centroamericanos! Las plantas desaparecen y la nieve y rocas es lo único que nos acompaña, además del sudor constante y el viento fuerte.

Poco a poco, subiendo siempre por grupos, cada vez con más ánimos porque ya se veía la cima. En orden, la alcanzamos y no pudimos reprimir nuestra alegría, abrazando y felicitando a nuestros compañeros y haciendo un montón de fotos ¡al fin, arriba! Parecía inalcanzable, pero ahí estábamos, enteros y felices. Cambiamos de ropa y nos abrigamos, debido al frío.

Poco a poco, pero ya satisfechos con nosotros mismos, empezamos a descender. El camino era ancho y llano. Nos esperaba una larga caminata. Unas horas y llegamos al lugar donde íbamos a comer. Allí nos esperaban con sandías y melones deliciosos y raciones del ejército. Desconocíamos la distancia que nos quedaba. Nuestros pies protestaban con las ampollas, pero aguantamos conversando con nuestros compañeros. Nos dijeron que faltaba media hora, no nos lo podíamos creer.

Al final, llegamos. Nuestros compañeros que no habían subido nos recibieron con pancartas, canciones, abrazos y, a los afortunados nos dieron un masaje. La subida se había terminado y ¡nos sentíamos como en casa!

Fue una muy buena experiencia que nos sirvió para compartir y unirnos más a la gente. ¡Prueba superada!

Esta crónica se la queremos dedicar a la familia y amigos de la Rosa y Pozuelo y de Zaragoza.

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