Crónica del 21 de julio

Descenso del Mulhacén
Mariana Enríquez (San Sebastián)
Susana Crespo(Zaragoza)


Mariana y Susana.

Tras la fatigante subida al Mulhacén, nos sentimos muy satisfechas de nosotras mismas. El aire, el frío y las horas que llevábamos caminando, no nos impidieron subir la última cuesta, cantando junto a los compañeros de tan dura marcha, con los que llevamos conviviendo un mes, para sobrellevar las dolorosas ampollas que teníamos en los pies.

En la cima no fueron extraños los abrazos, los llantos y las oraciones a las imágenes que allí se encontraban como la Virgen del Pilar. Allí descansamos durante tres cuartos de hora en los que aprovechamos para hacer numerosas fotos junto a la Ministra de Educación y Cultura, que nos acompañó en la marcha.

Nos toca hablar del descenso. Salió el primer grupo de tortugas, seguido de cebras y linces, que apenas hacían paradas. Aproximadamente hora y media la bajada, suave pero larga, en la que fuimos prácticamente corriendo. Llegamos a una explanada donde nos comimos las raciones del Ejército Español, aunque a algunos no les sentaron bien. Sin embargo, nuestra alegría creció al ver fruta fresca que no comíamos desde hacía algún tiempo y el agua fría de la ya andábamos escasos.

Después de comer, una siesta sobre nuestras mochilas, que llevábamos cargando todo el día y parte del anterior, pero que ya sentíamos como parte de nosotros. Y de nuevo reanudamos el descenso en el que teníamos dos opciones: un camino más corto y duro, de dos horas y media; y el más largo, con menos desnivel y más asfaltado, de tres horas y media. Debido al cansancio de algunos, optamos por el segundo camino.

La marcha se hizo eterna. Descansamos solamente una vez en la que los tres grupos nos reunimos para continuar ya juntos hasta abajo. Algunos se subieron a un todo terreno; pero después se bajaron, con sus mochilas también, porque no soportaban dejar a su grupo.

Nuestro cansancio se vio compensado al llegar al campamento base y al encontrarnos con los compañeros que se habían quedado abajo. Nos recibieron con una gloriosa bienvenida, en la que se incluyeron carteles de ánimo y enhorabuenas por haber logrado nuestra gran hazaña.

Durante el resto de la tarde nos dedicamos a ducharnos, cosa que no habíamos tenido ocasión de hacerlo desde hacía tres días. Descansamos plácidamente sobre las esterillas, a la luz del atardecer, deseando reponer fuerzas lo antes posible de nuestra fatigosa marcha. Como diría Luna, jefe de campamento, realmente “este es el día que todos estábamos esperando”.

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