Descenso del Mulhacén
Mariana Enríquez (San Sebastián)
Susana Crespo(Zaragoza)
 |

Mariana y Susana.
|
Tras la fatigante subida al Mulhacén, nos sentimos muy satisfechas
de nosotras mismas. El aire, el frío y las horas que llevábamos
caminando, no nos impidieron subir la última cuesta, cantando
junto a los compañeros de tan dura marcha, con los que llevamos
conviviendo un mes, para sobrellevar las dolorosas ampollas que teníamos
en los pies.
En la cima no fueron extraños los abrazos, los llantos y las
oraciones a las imágenes que allí se encontraban como
la Virgen del Pilar. Allí descansamos durante tres cuartos
de hora en los que aprovechamos para hacer numerosas fotos junto a
la Ministra de Educación y Cultura, que nos acompañó
en la marcha.
Nos toca hablar del descenso. Salió el primer grupo de tortugas,
seguido de cebras y linces, que apenas hacían paradas. Aproximadamente
hora y media la bajada, suave pero larga, en la que fuimos prácticamente
corriendo. Llegamos a una explanada donde nos comimos las raciones
del Ejército Español, aunque a algunos no les sentaron
bien. Sin embargo, nuestra alegría creció al ver fruta
fresca que no comíamos desde hacía algún tiempo
y el agua fría de la ya andábamos escasos.
Después de comer, una siesta sobre nuestras mochilas, que
llevábamos cargando todo el día y parte del anterior,
pero que ya sentíamos como parte de nosotros. Y de nuevo reanudamos
el descenso en el que teníamos dos opciones: un camino más
corto y duro, de dos horas y media; y el más largo, con menos
desnivel y más asfaltado, de tres horas y media. Debido al
cansancio de algunos, optamos por el segundo camino.
La marcha se hizo eterna. Descansamos solamente una vez en la que
los tres grupos nos reunimos para continuar ya juntos hasta abajo.
Algunos se subieron a un todo terreno; pero después se bajaron,
con sus mochilas también, porque no soportaban dejar a su grupo.
Nuestro cansancio se vio compensado al llegar al campamento base
y al encontrarnos con los compañeros que se habían quedado
abajo. Nos recibieron con una gloriosa bienvenida, en la que se incluyeron
carteles de ánimo y enhorabuenas por haber logrado nuestra
gran hazaña.
Durante el resto de la tarde nos dedicamos a ducharnos, cosa que
no habíamos tenido ocasión de hacerlo desde hacía
tres días. Descansamos plácidamente sobre las esterillas,
a la luz del atardecer, deseando reponer fuerzas lo antes posible
de nuestra fatigosa marcha. Como diría Luna, jefe de campamento,
realmente este es el día que todos estábamos esperando.
