Las cosas del protocolo
Laura Casielles (Asturias)
 |

Laura.
|
Y por seguir con Colón, ya que en eso andamos, mira que le
costó al pobre hombre encontrar patrocinio. Años y años
se tuvo que pasar de audiencia con tal conde o dicha reina, hasta
que por fin le dieron el beneplácito, y los cuartos, que eran
importantes para irse por esos mundos.
Pero resulta que la historia se repite y varía, con tan buena
suerte, que a nosotros nos tocó lo contrario. Parece ser que
la idea de esta Ruta, de la que nos toca una edición ya bien
veterana, es algo que demuestra siempre que las cosas marchan por
donde deben.
La idea, decía, de nuestra Ruta fue nada menos que del Rey
de España. Papeles invertidos: aunque nadie lo habría
creído en el Medievo fue el mismo monarca el que le propuso
al aventurero De la Quadra un viaje a desarrollar para unir un poquito
este mundo que tanto necesita un futuro libre de fronteras.
Sabido esto, ese personaje que para los jóvenes españoles,
para bien o para mal innatamente acostumbrados a la monarquía
no tiene mucha más presencia que los rutinarios minutos del
mensaje de año nuevo, cobra en cierto modo un nuevo aspecto
-valga la redundancia de la novedad- para los que andamos metidos
en este embrollo; porque, al fin y al cabo, se ve que es gracias a
que un día se encendió una buena bombilla que nos estamos
pegando a este verano.
Y como es de bien nacidos ser agradecidos, nos tocó, cual
tributarios súbditos de épocas remotas, encaminarnos
a palacio a presentar nuestra gratitud, preparados previamente por
un doble baño de agua y protocolo. Y fue precisamente ese último
aspecto, el que, a mi modo de ver, hizo de la visita a los Reyes algo
más interesante, en cuanto a fuera de lo corriente. Porque,
para mi mentalidad tan puramente siglo veintiuno, el ensayo previo
fue todo un show.
Y es que, aprender a formarse en más o menos claros cuadraditos
cual confusos militares novatos, aún puede resultarme, dentro
de lo que cabe, cotidiano; pero practicar luego al unísono
y con perfecta inclinación, una novelesca referencia de saludo,
ya entra en un ámbito de realidad anacrónica bastante
curioso.
Pero el caso es que allí llegamos, firmes y uniformados, camiseta
limpia y sombrero a la cabeza, nos dispusimos, cada cual por su lado
-aquí monitores, allá coro, profesores al fondo- en
las gradas de una sala alfombradísima, sabe Dios cómo
se llamaba, entre tantas. Como era propio, el anfitrión se
hizo esperar -cosas del protocolo- para aparecer, entrada triunfal,
entre una avalancha de aplausos que fue secundada por todos, a pesar
de que nadie que estuviera más atrás de la segunda fila
pudiera enterarse de donde andaban realmente los recién llegados,
hasta después de un rato, cuando los ánimos se calmaron
y las cabezas empezaron a dejar entre medios huecos por los que ver.
En ese momento, cuando los ojos alcanzaron a la realeza, pudimos
constatar que la tele no cambia tanto: allí estaba el Rey con
su traje gris y su cara seria, y la Reina, sonriente, elegante y con
un peinado inamovible. Tal y como se nos presentan en cada revista
rosa, e igual de rodeados por su séquito de guardaespaldas
de paisano.
Cuando tres cientos silencios individuales sumaron por fin uno colectivo,
el micrófono empezó a trabajar. En tiempos del Almirante
el que los Católicos aprobaban un viaje, suponía que
lo apoyaban, monetariamente hablando. Hoy no estaría muy bien
visto que Don Juan metiera a su antojo la mano en las arcas para pagar
viajes cajeros por muy provechosos que sean. Así que, cuando
el proyecto comenzó, hace ya más de diez años,
a tomar forma, lo primero que necesitó fue un mecenas que se
armara de valor; y fue a encontrarlo, como todos sabemos, en diversos
bancos y actualmente en el BBVA.
Por eso, el primero en tomar el susodicho micrófono fue, ya
que las entidades no hablan, su representante Don Francisco González.
Habló un poco de aquí y un poco de allá, para
rematar con algo que desató un aplauso, esta vez sí
espontáneo: la mención a diferentes pasajes de estas
crónicas que intentamos los expedicionarios, realizando con
ellas un, para nosotros, emotivo recuerdo de las alegrías y
penurias pasadas en este mes juntos e inflando un poco el ego de los
autores, que no a diario oye uno pronunciar el propio nombre entre
los muros de un palacio. Sin duda, una buena idea que aumentó
nuestra estima por ese patrocinador que demostró así
un interés real en nuestras andanzas y no sólo como
podríamos haber tenido en la visibilidad del logotipo de nuestras
camisetas.
Tomó luego la palabra Miguel Quadra-Salcedo y la empleó
para contar, más a los medios que a los presentes, que obviamente
ya los conocían, el programa, objetivos y pormenores varios
de la expedición; pero, por esta vez, no era su discurso el
importante.
La parte artística la pusieron -pusimos, ya que también
soy música- la orquesta y coro de la Ruta Quetzal BBVA, al
interpretar, con más ganas que técnica, una melodía
barroca con letra de romance quijotesco, a la que la abundancia de
sopranos revistió de un, digamos, considerable volumen. En
cuanto a la exótica, corrió a cargo de algunos voluntariosos
compañeros que están cargando en su mochila un peso
adicional de un traje de su tierra, con los que llevaron a cabo una
internacional pasarela en la que se mezclaban sensuales vestidos caribeños
con abrigos de esquimal; y que culminaría con un baile que
otro compañero realizó a ritmo de violines para entregar
al Rey su tocado de plumas.
Y, por fin, el hombre habló. Breve, pero correcto. No tengo
mucho más que decir al respecto, me temo. Para ser sincera,
no hay nada que recuerde con especial emoción de entre sus
palabras. Lo interesante que pueda tener el oír hablar en directo
a tu Jefe de Estado, supongo. Y, tras las fotos de rigor, a los Reyes
les tocó la parte dura: toda la expedición pasando en
fila de a uno estrechándoles la mano, concentrados para recordar
que pie iba detrás de la ensayada reverencia que por fin poníamos
en práctica: nombre y país, repetía
Luna, nombre y país. Pero nada; de todo hubo: desde
el que les contó su vida en plena genuflexión hasta
el que no abrió la boca; pasando por algún espontáneo,
presunto republicano, al que le salió del alma llamar Juanillo
al Monarca.
De ahí, a formar, porque la fila de saludo desembocaba en
otra sala. Las calles previstas entre cuadrados, pobladas de banderas,
valieron de poco, porque la regia pareja, en cuanto vio que las manos
se acababan, retrocedió por donde habían venido, sin
que los bajitos de filas de atrás, una vez más, viésemos
nada. Pero el buen humor no se nos quita, ni de casualidad y, acabada
la presión, se acabó el protocolo: con las notas del
himno rutero nos despedimos, masacrando a saltos las reales alfombras
en un baile que debió asombrar lo suyo a las paredes del salón,
más acostumbradas a danzas de gala.
En cuanto a los Reyes, la despedida fue, paradojas del protocolo,
más que informal Si nos volvemos a ver dicen que
dijo la Reina recordadme que ya os conocí en la Ruta.
Le tomamos la palabra, Majestad, se la tomamos, por si algún
día los sueños se nos cumplen y tenemos planes brillantes
que necesiten de una Corona dadivosa, para empezar, una vez más,
a cruzar océanos.
