Los molinos de viento en Consuegra
Alfredo Martínez (Paraguay)
Reynaldo Fierro (Venezuela)
 |

Alfredo y Reynaldo
|
Eran las siete de la mañana descansando después de
una noche de baile, internet y MacDonalds, hasta que la voz inconfundible
y melódica de nuestro jefe de campamento Jesús Luna
junto con su inseparable megáfono nos daba ánimo para
empezar un nuevo día.
Al salir de las tiendas, después de haber dado mil vueltas
en nuestras esterillas haciéndonos los sordos a las llamadas
de Luna, que daban la orden de que grupos pares iban al desayuno y
los impares a desmontar el campamento. Empezamos a desmontar las tiendas,
con una temperatura de la cual no queremos acordarnos, con un ojo
cerrado y el cuerpo como de un zombi. Nos pusimos a desmontar tiendas
pensando que dentro de muy poco estaba el anhelado desayuno. Poniendo
marcha militar, nos acercamos a las mesas esperando una buena ración.
Nuestra gran amiga Argy -la cocinera- nos saludaba cariñosamente
y a la vez nos apuraba. A la mitad del desayuno escuchábamos
de nuevo el megáfono que nos decía: todos a los
autobuses, en cinco minutos partimos para Consuegra, a ver los gigantes
molinos de los cuales habla Cervantes en El Quijote. Nos dirigimos
a los lujosos autobuses, claro, comparado con los del Caribe.
Y la Ruta se despide de Toledo, hermosa ciudad de maravillas que
con su gente y su alegría nos deja un sabor a melancolía,
esperando volver algún día. Al subir a los buses, no
tuvo que pasar cinco minutos para que nos hundiéramos en un
profundo sueño, producto del cansancio; pero, sin darnos cuenta,
habíamos ingresado en una nueva ciudad. La hora y media de
sueño fue como cinco minutos.
Al descender de los buses, hicimos una caminata hasta el pie de una
montaña que al tope tenía un castillo y los molinos
de viento, en donde Luna nos indujo a subir la cuesta en carrera,
donde los cinco primeros que llegaban, ganaban un premio especial.
Desde la altura de la montaña se tenía una vista preciosa
de Consuegra y de la llanura manchega. Nos hicimos un par de fotos
hasta que oímos nuevamente a Luna decir: los cinco primeros
que lleguen al castillo se llevan una moneda de la Ruta cada uno.
Comenzó la carrera desde el molino y al frente iba un monitor
-Gaizka- el cual fue corriendo, aunque no tan aprisa. A mi no me costó,
pero mi compañero Reinaldo quedó en el otro pelotón
y en el molino viendo la carrera. Yo de estar décimo, pasé
a primera posición. Me paré en las rocas más
altas que había para ver la carrera. En eso salen un buen grupo
de ruteros al frente de los cuales mi compañero Alfredo lideraba
la competencia, cuando a la mitad del trayecto cayó en una
curva cuesta abajo; pero se recuperó instantáneamente,
pasó al cuarto puesto y obtuvo una medalla.
Después cogimos el libro del Quijote, que nos habían
dado en las Bodas de Camacho el Rico, para leer el VIII capítulo
del Quijote sobre los molinos de viento con una vista maravillosa,
intentando comprender lo que Cervantes plasmó en su libro.
Después de leer casi una hora bajo el intenso sol hicimos
el almuerzo con ensalada campestre muy bien aliñada, pisto
manchego, albóndigas con papas y un plátano.
Finalmente escribimos esta crónica para mantener en el recuerdo
el viernes 18 de julio, aquí en Consuegra.
