Nuestro adiós a América
Cecilia Tarrvell (Madrid)
 |

Cecilia.
|
Hoy, diez de julio, es nuestro último día en América
para todos los europeos de la Ruta Quetzal BBVA. Se combinan la alegría
por volver a nuestro país, con la tristeza por abandonar estas
tierras donde tan bien nos lo hemos estado pasando a lo largo de estas
tres últimas semanas; la mayoría nos inclinamos por
este último sentimiento.
Nuestra jornada de hoy comenzó a las seis y media de la mañana
(hora muy razonable para un buen rutero) con la inconfundible voz
de Jesús Luna y su inseparable megáfono, dándonos
la buena noticia de que nos esperaban duchas para todos.
Gracias al agua fría, que acabó de despertar a los
más dormidos, y a las continuas demandas de los monitores por
que nos diesemos prisa, en una hora escasa todo el campamento estuvo
recogido, con nuestras más de trescientas bocas esperando deseosas
el desayuno.
Sin embargo, el tiempo pasa más rápido de lo que deseamos
y, de nuevo, llevábamos retraso respecto al horario programado,
por lo que tuvimos que tomarnos el desayuno dentro de los autobuses,
mientras nos dirigiamos hacia el Yunque, bosque pluvial que este año
celebra el centenario de su proclamación como Reserva Forestal
de Luquillo.
Llegamos allí sobre las nueve, donde nos esperaba una película
y una serie de cuatro conferencias centradas en los temas del significado
y uno del bosque por los taínos y los españoles, los
hongos, la forma del bosque, así como del centenario de esta
Reserva Forestal. Una vez con toda la información necesaria
para poder disfrutar de este paseo por el bosque, nos subimos de nuevo
a otros autobuses (carros o guaguas para nuestros compañeros
iberoamericanos) que nos acercaron al punto de partida de la caminata,
listos para atravesar la morada de los antiguos dioses taínos,
además de ser el dominio del último cacique que se resistió
a los españoles.
Comenzamos a andar por una carretera que enseguida dio paso a una
cómoda vereda pavimentada, la cual nos condujo hasta las cercanías
de la Torre Mt. Buttan. Allí nos esperaba una guía que
nos explicó un poco el entorno, esencialmente el bosque enano
que íbamos a atravesar, así como su curioso habitante:
el coquí duende.
Tras su amable charla, proseguimos nuestro camino, esta vez sobre
un sendero más propio de un expedicionario y acompañados
por el tímido canto del endémico coquí duende,
muy semejante al producido por las púas de un peine al ser
frotadas.
A medida que ascendíamos, el frío y la humedad cobrarían
mayor presencia, haciendo que pronto fuese difícil distinguir
entre el barro del camino y el acumulado en los bajos de nuestros
pantalones; de este modo es comprensible que hasta nos alegremos cuando
el sendero se convirtió en un puro pedregal donde únicamente
nos ambientaban los cantos de algunas ranas coquí y pájaros,
acompañado por el repiqueteo de las piedras sueltas que caían
ladera abajo producto de nuestros pasos.
En el mapa que amablemente nos habían dado los encargados
de la Reserva Forestal de Luquillo, la duración del camino
hasta el Pico el Yunque era de aproximadamente dos horas; tal vez
por ello, nos sorprendió cuando pasada apenas una hora de marcha,
llegamos a la cima del segundo pico más alto del Yunque. La
niebla cubría todo el entorno imposibilitando toda vista, así
pues comenzamos a sacarnos fotos, contentándonos con que únicamente
apareciesen nuestros rostros muertos de frío; sin embargo,
no quiso el Yunque que partiésemos sin haber podido admirar
el paisaje, por lo que en un minuto toda la niebla desapareció
por arte de magia. La vista era verdaderamente maravillosa, llegándose
a ver hasta la costa.
Pero para que un momento sea mágico, debe ser breve y, por
tanto, tuvimos que regresar enseguida ante la llegada del segundo
grupo de visitantes.
La bajada la hicimos todavía más deprisa y, entre algún
que otro resbalón, alcanzamos a otro grupo de compañeros
que habían salido después de nosotros y que, por falta
de tiempo, habían omitido el ascenso al Pico El Yunque.
Juntos perseguimos el camino que gradualmente se fue allanando y
ensanchando y, del mismo modo, escuchamos juntos la charla que nos
ofrecieron a mitad de camino sobre la cotorra puertorriqueña,
especie en peligro de extinción que exclusivamente se encuentra
en esta área.
El resto del camino que nos quedaba hasta el merendero de Palo Colorado,
lo hicimos rapidamente motivados por el hambre apremiante y la esperanza
de que allí nos esperaba la comida que nos habían prometido
al inicio de la caminata; no obstante, casi tres horas después
de que comenzásemos a caminar, allí nos hallamos lo
que estábamos deseando.
En su lugar, encontramos al resto de nuestros compañeros,
que debido a algunos problemas en la organización, no habían
podido realizar la ascensión y se habían tenido que
contentar con unas conferencias complementarias.
Tras dos horas de espera, nos despedimos del Yunque, el bosque que
desde 1876 fue proclamado por el rey español Alfonso XII como
Reserva Forestal, y que anteriormente robó los sueños
de los buscadores de oro españoles y, retornamos a nuestro
último campamento americano, la playa de Luquillo.
En nuestra retina quedarán grabados los esbeltos cocoteros
así como las cristalinas aguas caribeñas de esta playa.
Preparamos nuestras mochilas y salimos hacia el aeropuerto para tomar
rumbo a España.
