Crónica del día 2 de julio

Tiempo libre en Santo Domingo
Patricia Fernández (Lugo)
Alba Marie Rosario Moncloa (Puerto Rico)



Patricia y Alba.

Sólo dos palabras atrajeron la atención de los expedicionarios esta tarde: "tiempo libre".

Al instante, manadas de ruteros se desperdigan por la maravillosa ciudad colonial de Santo Domingo en busca de una cabina telefónica desde donde llamar a nuestros, hasta ahora, distantes hogares.

En estos breves paréntesis en la desenfrenada actividad de la Ruta Quetzal BBVA, los expedicionarios descubrimos la otra cara de este país, que está muy lejos de ser la típica imágen de postal. Es cierto que hay playas paradisíacas y rincones hermosos, pero la República Dominicana no es sólo eso; en este país conviven tradición y modernidad, riqueza y, desgraciadamente, una gran pobreza; pero sobre todo llama la atención la alegría de sus gentes, con su calmado modo de vida moderna. Todo esto atrae la atención del expedicionario: junto a un moderno centro comercial puede haber varias casitas pintadas de colores vivos en las que tres niños dan brincos al ver la bolsa de patatas que les ofrece una rutera.

Los expedicionarios nos dirigimos al Mercado Modelo, en el que ya habíamos estado a nuestra llegada a la República Dominicana. Para llegar hasta él se han de atravesar varias calles llenas de música, colorido y alegría de las gentes sentadas apaciblemente a la puerta de sus casas. El mercado está lleno de pequeñas tiendecillas abarrotadas de cuadros, baratijas o cualquier otra cosa que se quiera encontrar. Los propietarios de los diversos puestos atendían felices a los expedicionarios, viendo en nosotros una próspera mina de oro, pero dejaban de sonreir cuando se iniciaba la gran ceremonia del regateo, como es de rigor en estos lares.

Correteamos los expedicionarios por la comercial calle del Conde, entre las miradas de los curiosos dominicanos y los no menos estrañados turistas, en busca de un lugar donde realizar las últimas compras o preguntando por dónde llegar a la plaza de España, puesto que ya son las ocho y, frente al imponente Alcázar de Colón, se impartirá una nueva clase a cargo de los dos colombinistas de la expedición, Juan Gil y Consuelo Varela.

Terminada la conferencia, los expedicionarios atravesamos la calle de las Damas, primada de América, para dirigirnos de nuevo a la fortaleza Ozama, nuestro "hogar" en la ciudad de Santo Domingo, donde ya nos esperaban los bomberos, listos para ducharnos a base de manguerazos para llegar limpios a la cena, con su omnipresente yuca en cada una de sus variantes.

Más tarde, los expedicionarios miramos al cielo en busca de las pocas estrellas que brillan en el contaminado cielo nocturno de la ciudad de Santo Domingo o simplemente deciden no mirar para cerrar los ojos y descabezar una pequeña siesta, ya que, al llegar la noche, los expedicionarios caemos dormidos en cualquier lugar, víctimas del agotamiento que conlleva esta fantástica Ruta Quetzal BBVA en la que tenemos la suerte de participar.

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