Una mañana en La isabela
Yuberkis Chevalier, República Dominicana
Laura Casielles, Pola de Siero (Asturias)
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En la imagen, Laura y Yuberkis.
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Hoy sí que costó levantarse. Y es que aquí el
cansancio se acumula, y parece que aún no estámos recuperados
de la odisea del pico; de modo que, cuando los músicos, con
su habitual canto de las mañanitas, se dispusieron a sacarnos
del sueño, ni siquiera la perspectiva de una playa paradisíaca
ante nuestras puertas de cremallera ayudó realmente, si bien
en cosa de diez minutos nuestros ojos estaban forzosamente abiertos
y nos habíamos preparado a la ya usual velocidad de la luz.
No habían dado, pues, las ocho aún, cuando comenzamos
un paseo, con rumbo desconocido, una caminata matutina de pies mojados
por el Caribe que, aunque emocionante para los europeos, no se salía
de lo común para la parte americana de la expedición.
Eso sí, con incidente incluído de una de nuestras compañeras:
se le enganchó un cangrejo en su camiseta. Y de qué
tamaño... En cualquier caso, no podemos pasar por alto la gran
ayuda que el agua salada está prestando a nuestros pobres pies,
tan llenos de ampollas tras las caminatas de los días anteriores.
No tardó mucho en llegar nuestro destino: las ruínas
de La Isabela, primera Villa de América, hoy apenas un par
de muros desamparados que, al menos desde nuestras posiciones en el
suelo, sentados para todo, porque el cansancio nos vence, sirven de
marco a los bosques y calas dignos de postal de fondo.
Allí, tras una breve introducción a cargo de Miguel
Quadra-Salcedo, comenzó la conferencia de los profesores Consuelo
Varela y Juan Gil. A veces, nos cansamos de tanta conferencia; pero
hoy, por increíble que nos pareciera, duraron no más
de veinte minutos.
Los profesores Gil y Varela se encargaron con sus palabras de guiarnos
en un viaje hacia atrás en el tiempo, acompañando a
Colón, cuando en su segunda travesía, llegó a
esta parte de la isla, buscando un emplazamiento tras la sangrienta
destrucción de su fuerte de Navidad. Así, conocimos,
las dificultades de su expedición, las penurias de su estancia
y los múltiples conflictos que llevaron a que, en menos de
un lustro, aquella villa fundada fundada en un risco del Nuevo Mundo
y bautizada en honor a la Reina Católica se viniera abajo,
quedando en lo sucesivo con el estigma de ciudad maldita... Luego,
Salvador, cabeza de nuestros titiriteros, nos trasladó a Segovia
medieval con el canto improvisado de un bando y un romance al más
puro estilo de los serenos que poblaban las noches de la época.
Tras el consabido camino de vuelta al campamento y un desayuno a
nuestro parecer suculento, y del que todo el mundo qusio repetir,
comenzaron las actividades. A nuestro grupo, le tocó un taller
con el que el viaje temporal siguió adelante: sable en mano
y guiados por un casi insolado maestro, emulamos en una lección
de esgrima los novelescos duelos de caballeros, aprendiendo pasos
y normas, saludos y victorias durante una calurosa mañana en
que, al tiempo, otros grupos se dedicaban al aeróbic, al buceo,
la pesca, el voley-playa o el cartelismo; y que culminaría
con una sabrosa hora de tiempo libre que casi todos empleamos en refrescarnos
con el esperadísimo baño en las claras aguas de la playa
que nos sirve de casa.
Al chapuzón le siguió el almuerzo, momento siempre
adorado. Con eso quedó cumplido nuestro tiempo como reporteras.
Una lástima, porque la tarde se presentaba movidita: una amenaza
de huracán soplaba sobre nuestras tiendas; pero, de eso, les
hablarán nuestras compañeras.
Nosotras ya nos despedimos, aunque queremos aprovechar esta página
para enviar un beso enorme a todos nuestros familiares y amigos: ¡Los
echamos mucho de menos y andamos a la búsqueda de un teléfono!
Y... ¡escribidnos algo!
