Crónica del día 26 de junio

La bajada del paraíso... o del infierno
Clodagh MCkenna, Irlanda
Cristina Peralta, Málaga

Teresalina, a la izquierda del Rey de España
En la imagen, Olalla y Marta.

Nos despertamos a las cuatro de la mañana con mucha energía; rápidamente desayunamos las raciones de combate del Ejército Español y desayunamos, desmontamos las tiendas con prontitud porque había que estar en la cima para disfrutar del amanecer.

Sin embargo, por la dura jornada vivida ayer, muchos de nosotros tuvimos que permanecer en el campamento de Compartición, a tan sólo unos 640 metros de la cumbre, por lo que nos dio mucha pena no poder llegar a nuestro objetivo después de haber subido tanto.

Deseándoles la mejor suerte a nuestros compañeros, los que quedamos hicimos un fuego, calentamos las latas... Desde nuestro campamento se podía ver el Pico Duarte, la vista era fenomenal: la niebla se derramaba entre los árboles, se escuchaban los animales escondidos, hacía mucho frío... Colón le llamó "Montañas del Parayso", porque siempre la salida del sol es allí preciosa donde el verde brilla más intenso que nunca. Nos ponemos en marcha a las siete y nos quedaban otras siete horas de bajada. Al principio, en las caras se reflejaba el desánimo; pero, a medida que bajábamos, la actitud de la gente comenzó a cambiar.

Todos éramos un equipo como el cansancio hacía mella, nos necesitábamos y nos ayudábamos unos a otros. Debido a las condiciones que sufrimos además de con nuestras mochilas, tuvimos que cargar con diarreas, vómitos, mareos y las ¡ampollas! Los benditos mulos nos cargaron las mochilas y la gente que se encontraba peor montaron en ellos hasta el final del camino. Por la fuerte lluvia caída ayer, el sendero había cambiado, se veían más desniveles y hoyos y las piedras se convirtieron en nuestro peor enemigo.

En la hora de la comida nos reunimos con nuestros compañeros que venían del Pico Duarte y nos contaron de él verdaderas maravillas. Allí estuvimos una hora descansando, comiendo y tomando el sol.

Cuando emprendimos la marcha, ya íbamos más contentos: algunos bajaban corriendo, cantando o charlando.

La bajada no fue tan difícil como la subida, porque descendiendo no te cansas, lo único que se resienten son las rodillas. El camino se recorrió más rápido y se llegaba a las paradas antes del tiempo estimado. En algunas de las paradas pudimos llenar nuestras cantimploras, pero resultó que el agua no era tan potable como creíamos y acabamos tomando suero y "Fortasec".

A medida que bajábamos nos encontramos con diferentes tipos de terreno: el fango se acumuló en nuestras botas, tuvimos que atravesar peligrosos puentes de cuerda y madera. Las pendientes se hacían menos inclinadas y aparecían las primeras casitas, lo que nos indicaba que estábamos llegando al final. Los lugareños nos saludaban y nos ofrecían cocos y fruta.

Al final, llegamos a La Ciénaga con mucha satisfacción porque dimos todo lo que pudimos de nosotros mismos. Unos autobuses nos transportaron hasta el Rancho Baiguate, donde pasaríamos la noche. Allí nos esperaba una fiesta a nuestra llegada. Para recompensarnos había mangos y comida típica dominicana.

Después de los bailes, Miguel Quadra-Salcedo nos dio la bienvenida al campamento. Todo ello con el marco de fondo de una gran fogata.

Se puede reconocer a la gente que subió al Pico Duarte en la manera de caminar y de oler.

Por fin, y tras un duro día más aquí en la Ruta Quetzal BBVA, nos fuímos a la tan anhelada cama.

Un saludo a toda nuestra familia y amigos.


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