La bajada del paraíso... o del infierno
Clodagh MCkenna, Irlanda
Cristina Peralta, Málaga
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En la imagen, Olalla y Marta.
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Nos despertamos a las cuatro de la mañana con mucha energía;
rápidamente desayunamos las raciones de combate del Ejército
Español y desayunamos, desmontamos las tiendas con prontitud
porque había que estar en la cima para disfrutar del amanecer.
Sin embargo, por la dura jornada vivida ayer, muchos de nosotros
tuvimos que permanecer en el campamento de Compartición, a
tan sólo unos 640 metros de la cumbre, por lo que nos dio mucha
pena no poder llegar a nuestro objetivo después de haber subido
tanto.
Deseándoles la mejor suerte a nuestros compañeros,
los que quedamos hicimos un fuego, calentamos las latas... Desde nuestro
campamento se podía ver el Pico Duarte, la vista era fenomenal:
la niebla se derramaba entre los árboles, se escuchaban los
animales escondidos, hacía mucho frío... Colón
le llamó "Montañas del Parayso", porque siempre
la salida del sol es allí preciosa donde el verde brilla más
intenso que nunca. Nos ponemos en marcha a las siete y nos quedaban
otras siete horas de bajada. Al principio, en las caras se reflejaba
el desánimo; pero, a medida que bajábamos, la actitud
de la gente comenzó a cambiar.
Todos éramos un equipo como el cansancio hacía mella,
nos necesitábamos y nos ayudábamos unos a otros. Debido
a las condiciones que sufrimos además de con nuestras mochilas,
tuvimos que cargar con diarreas, vómitos, mareos y las ¡ampollas!
Los benditos mulos nos cargaron las mochilas y la gente que se encontraba
peor montaron en ellos hasta el final del camino. Por la fuerte lluvia
caída ayer, el sendero había cambiado, se veían
más desniveles y hoyos y las piedras se convirtieron en nuestro
peor enemigo.
En la hora de la comida nos reunimos con nuestros compañeros
que venían del Pico Duarte y nos contaron de él verdaderas
maravillas. Allí estuvimos una hora descansando, comiendo y
tomando el sol.
Cuando emprendimos la marcha, ya íbamos más contentos:
algunos bajaban corriendo, cantando o charlando.
La bajada no fue tan difícil como la subida, porque descendiendo
no te cansas, lo único que se resienten son las rodillas. El
camino se recorrió más rápido y se llegaba a
las paradas antes del tiempo estimado. En algunas de las paradas pudimos
llenar nuestras cantimploras, pero resultó que el agua no era
tan potable como creíamos y acabamos tomando suero y "Fortasec".
A medida que bajábamos nos encontramos con diferentes tipos
de terreno: el fango se acumuló en nuestras botas, tuvimos
que atravesar peligrosos puentes de cuerda y madera. Las pendientes
se hacían menos inclinadas y aparecían las primeras
casitas, lo que nos indicaba que estábamos llegando al final.
Los lugareños nos saludaban y nos ofrecían cocos y fruta.
Al final, llegamos a La Ciénaga con mucha satisfacción
porque dimos todo lo que pudimos de nosotros mismos. Unos autobuses
nos transportaron hasta el Rancho Baiguate, donde pasaríamos
la noche. Allí nos esperaba una fiesta a nuestra llegada. Para
recompensarnos había mangos y comida típica dominicana.
Después de los bailes, Miguel Quadra-Salcedo nos dio la bienvenida
al campamento. Todo ello con el marco de fondo de una gran fogata.
Se puede reconocer a la gente que subió al Pico Duarte en
la manera de caminar y de oler.
Por fin, y tras un duro día más aquí en la Ruta
Quetzal BBVA, nos fuímos a la tan anhelada cama.
Un saludo a toda nuestra familia y amigos.
