La Ruta empieza ahora
Adolfo Roy García (Santa Cruz de Tenerife)
Alberto Torró Molés (Castellón)
 |

Alberto y Adolfo.
|
Nuestro Quetzal ya da sus últimos aleteos antes de posarse
en la rama donde descansará hasta el año que viene.
Llega el final, apuramos las últimas hojas del diario con dedicatorias,
miramos hacia atrás, recordando lo vivido, lloramos, reímos
nerviosamente sin saber cómo ni por qué, pensamos que
la Ruta ha pasado y nuestro papel ya se limita a engrosar los archivos
de una aventura única.
Es entonces cuando debemos recordar el verdadero objetivo de este
proyecto, de este sueño, que no es otro que el de poner en
práctica esas lecciones y vivencias, que no podríamos
haber llevado a cabo en ningún otro lugar. Ahora vivimos el
milagro de ser profesores y alumnos, hemos dejado a un lado los libros
de texto para ser nosotros quienes experimentemos.
Subir al Duarte, ser recibidos por los Reyes, leer la carta de Jamaica
amaneciendo en La Isabela, son hechos sin duda magníficos,
pero no dejan de ser eso mismo: hechos, actos que se perderán
en el tiempo, irremediablemente.
Pero no quiere decir estos, en absoluto, que nuestros recuerdos hayan
de esfumarse también. Lo interno de nuestra experiencia dejará
una huella tan profunda en todos nosotros que, nos atrevemos a aventurar,
que cambiará nuestra vida casi por completo. Hemos aprendido
a valorar la importancia de un vaso de agua, hemos conocido la realidad
de muchos países de la mejor manera posible, escuchando los
testimonios de los propios protagonistas.
La Ruta comienza ahora. La verdadera Ruta comenzará cuando
al encender el televisor peguemos nuestra oreja ante las mismas noticias
de las que oíamos, pero ahora las escuchamos sólo porque
son de un país donde vive nuestro compañero de tienda.
La Ruta comenzará cuando nos escandalicemos al ver un grifo
goteando. La Ruta comenzará cuando vaciemos nuestro armario
cargado de ropa inútil que nunca usamos.
Horas y horas de ascenso al Duarte con las cantimploras vacías,
comida autóctona que no hemos tenido más remedio que
comer, charlas de horas y horas con compañeros sudamericanos,
han servido para algo más que recordar enseñando fotos
a nuestros amigos. Han servido para obligarnos, sumisión que
aceptamos encantados a hacer de nuestra vida una ruta, una ruta que
no dura diez o cuarenta días: una ruta que seguiremos para
siempre.
Pero este cambio no ha sido resultado de ningún encantamiento,
ni siquiera de nuestro propio trabajo: nuestro esfuerzo habría
sido estéril, de no ser por la labor de nuestros compañeros,
que han estado ahí siempre que han surgido esos problemas de
los que hablábamos antes: brindándonos el agua, consolándonos,
prestándonos la pastilla de jabón que perdimos días
atrás.
Por todo esto, y por mucho más, queremos regalarles esta crónica,
porque el cambio más profundo no es resultado sino de su labor
como compañeros. Llegamos como desconocidos... y salimos con
350 amigos.
