Dos mundos diferentes
Martín Llanas Mañero (Zaragoza)
Raúl Martín Delgado (Cáceres)
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Raúl y Martín.
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Ahora que estamos a punto de finalizar con la Ruta Quetzal BBVA,
queremos dedicar esta crónica a hablar sobre las diferencias
entre el nuevo y el viejo mundo, contrastes que los ruteros hemos
encontrado a nuestro paso por República Dominicana, Puerto
Rico y España.
En primer lugar, y como no podía ser de otro modo, debemos
citar la sensación de calor asfixiante y pegadizo que recorrió
nuestro cuerpo en cuanto salimos del aeropuerto de Santo Domingo,
un calor que aunque no superaba los 35º C se veía acentuado
por una humedad relativa del 90%. Humedad que se traducirá
en una exhuberante vegetación, como pudimos comprobar en nuestro
viaje a lo largo y ancho del Caribe, destacando sobre todo "El
Bosque del Pueblo", antigua explotación minera recuperada
por los habitantes de la localidad puertorriqueña de Adjuntas
y donde crecen impresionante bromelias que manan de los troncos de
altos y delgados árboles.
También cabe destacar el bosque tropical húmedo, capaz
de sobrevivir a una altura de 3.087 metros, como es la del Pico Duarte
en R. Dominicana, vegetación que se hace inexistente al mismo
nivel en el pico más alto de la península Ibérica,
el Mulhacén.
La comida varía totalmente en cada uno de los países
que hemos visitado. En R. Dominicana, los Comedores Económicos
del Estado nos acompañaron hasta lugares donde no llega nadie,
como el Fuerte de Santo Tomás o el Paso de los Hidalgos: cada
día nos sorprendían con un tipo de arroz, acompañado
por pollo, yuca, plátano frito y jugo de frutas exóticas.
En Puerto Rico en cambio, la comida adquirió cierto sabor norteamericano
y, aunque seguía predominando el arroz con pollo, aparecieron
las habichuelas, el pudín o el pastel de carne.
La mayor diferencia se encuentra al llegar a España, donde
hemos vuelto a saborear nuestras lentejas, macarrones y tortilla de
patata de siempre. En este apartado, no podemos dejar de citar las
famosas raciones militares de combate que, aunque nos han ayudado
en episodios como el Pico Duarte o en el Mulhacén, son odiadas
por los expedicionarios, ya que en repetidas ocasiones han provocado
indisposición y dolores de estomago.
Los autobuses es otro de los aspectos que han ido evolucionando a
lo largo de la expedición y seguramente uno de los que más
han marcado nuestro paso por la Ruta, por las largas horas que en
ellos hemos pasado y las amistades que hemos hecho. En R. Dominicana
viajamos todo el recorrido en autobuses urbanos, con asientos de plástico,
que tras varias horas de viaje, nos dejaban la espalda dolorida; además,
la inexistencia de maletero nos obligaba a llevar nuestras mochilas
en el pasillo o sobre nosotros, en el peor de los casos. El school
bus de los Simsons se encargaría de transportarnos en Puerto
Rico, inconfundible por su color amarillo; pero, por lo menos, los
asientos estaban mullidos y los viajes eran amenizados con música.
Otra virtud de los autobuses americanos era el aire a condición
... A condición de que bajes la ventanilla y haga frío
en la calle. En España, llevamos autobuses más cómodos,
pero les falta el ambiente que tenían las guaguas, carros y
omnibuses americanos.
No podemos poner punto final a esta crónica, si haber hablado
de la gente. Americanos y españoles, aunque poseen mucho en
común, mantienen unos rasgos que caracterizan a cada uno. Y
es que el Caribe es la tierra del folclore y el color, jubilo que
se manifiesta por las calles y mercados de Santo Domingo, en forma
de salsa y merengue, pero, por encima de todos los valores, destaca
la amabilidad de dominicanos y puertorriqueños que nos ofrecieron
lo poco que tenían, cuando más lo necesitábamos;
especialmente, el día del Paso de los Hidalgos.
Por todos estos buenos y malos recuerdos, gracias, América.
